domingo, 10 de abril de 2011

Sidney Lumet


El director de 12 hombres en pugna falleció ayer en su hogar de Manhattan, a los 86 años, debido a una leucemia.

sus padres eran el actor judío de origen polaco Baruch Lumet y la bailarina Eugenia Wermus. Se graduó en el Professional Children's School y Lumet fue actor antes que director. Hizo su debut en el Yiddish Art Theater de Nueva York a la edad de cuatro años y actuó en teatros judíos de Broadway durante la década de los 30 hasta que debutó en el cine con la película One Third of a Nation (1939). En 1947 empezó a dirigir sus propias obras de teatro en el off-Broadway y dirigió a personas como Yul Brynner, Eli Wallach y otros miembros del Actor's Studio. Lumet haría su debut detrás de la cámara al principio de los 50 como director de televisión en la CBS. En ella destacaban los 150 episodios de la serie "Danger" (1950) y los 26 de "You Are There" (1953).

En el 2005 recibió el Óscar honorífico por su trayectoria. Sus películas más recientes son Declaradme culpable (Find Me Guilty) (2006), que se basa en la historia real de Giacomo "Jackie Dee" DiNorscio, y Before the Devil Knows You're Dead (2007), cuya trama gira en torno a dos hermanos que organizan el robo de la joyería de sus propios padres, pero el plan no resulta tan perfecto como estaba previsto. Estas dos últimas obras de un Sidney Lumet octogenario, y en especial la más reciente, han mejorado el prestigio crítico del director

Y es curioso que un director que debutara con una absoluta obra maestra nos haya dejado, hace poco (y cinco décadas más tarde), una nueva muestra de su talento como director. Sabe narrar como pocos, con brío, haciendo fluir los diálogos entre la acción y nos ha dejado un buen puñado de títulos soberbios. Pero para no abrir el abanico en exceso, me quedo con seis películas imprescindibles para disfrutar del mejor Sidney Lumet.


‘Doce hombres sin piedad’ (1957), el debut

No hay mejor forma de debutar el cine que con un título así. Tuvo suerte de contar con ingredientes que le facilitaron lograr un resultado tan notable: el guión de Reginal Rose, la fotografía de Boris Kaufman y un puñado de actores con garra, encabezados por el sublime Henry Fonda. Una película asombrosa, claustrofóbica, con una atmósfera densa que te arrastra hasta el final. Pura tensión y una película para estudiantes de cine, de la que se puede aprender mucho.
‘El príncipe de la ciudad’ (1981), un guión magistral


Lumet es un director bien dotado para el thriller y con este trabajo lo volvió a demostrar. Firmó un guión (coescrito con Jay Presson) soberbio, siguiendo la línea de ‘Sérpico’ sobre un policía de Nueva York que decide, tras presiones políticas, llevar una investigación para desenmascarar la corrupción policial. La película está llena de tensión y retrata a la perfección la trama de corrupción en el seno de la policía. También los actores están brillantes, destacando su protagonista interpretado por Treat Williams

‘Tarde de perros’ (1975), Pacino y los 70


Una película de poderosa puesta en escena, que contó con un enorme trabajo de Al Pacino (y no menos de John Cazale) y que es una buena muestra del cine de los 70. Está basada en hechos reales sucedidos en Brooklyn, sobre un atraco a un banco convertido en acontecimiento mediático. Un arranque impresionante y una cinta que no decae en ningún momento, con una narración inspirada, escueta pero contundente. Imprescindible.

‘Network (Un mundo implacable)’ (1976), inspirada y brillante


En esta ocasión Lumet se centró en el mundo de la televisión, el poder, la ambición, la ética, la competitividad,… quizás lograr uno de los mejores retratos sobre la búsqueda del éxito en el entorno televisivo. También es cierto que la brillantez de la realización se vio enormemente acompañada por un plantel de actores de diez. Un reparto de altura que dio como lugar escenas inolvidables. Mucho éxito le reportó a Lumet, en esta ocasión con guión de Paddy Chayefsky.

‘Veredicto final’ (1982), emoción con un Paul Newman sobresaliente


Volvió a dejarnos Lumet una nueva aproximación al cine de tribunales, de abogados, de intriga,… Un drama acertadísimo que forma parte también de los mejores trabajos del gran Paul Newman. Que encarnó a un fiscal en horas bajas, apoyado en el alcohol que encuentra su resurgir en un caso en el que pone toda su energía. El reflejo humano del personaje, como lo aborda y nos enseña su alma es magistral, y en gran parte a un excelente guión de David Mamet.

‘Antes que el diablo sepa que has muerto’ (2007), un thriller soberbio


Tras algunos años en decadencia, pero sin dejar de trabajar, Sidney Lumet nos regaló recientemente una obra sensacional. De nuevo rodeado de un gran plantel de actores, especialmente inspirado Philip Seymour Hoffman, y un gran guión al que sabe sacar partido. Una historia dramática en torno a dos hermanos de una familia burguesa, uno ambicioso y adicto a la heroína y el otro que apenas sobrevive pagando la pensión de su ex mujer. Ambos se unen para un atraco que les alivie de su situación económica pero nada sale como esperaban. Explosiva y con diálogos sublimes.

Naturalmente, hay más títulos con los que se podría hacer una selección similar: ‘Sérpico’, ‘Equus’ o ‘El prestamista’ también merecen destacarse como de lo mejor y más representativo de Sidney Lumet.



sábado, 9 de abril de 2011

John Nash

John Forbes Nash, hijo, es un misterio. Lo era cuando, antes de los 30 años, unas intuiciones casi sobrenaturales le convirtieron en uno de los matemáticos más avanzados de su época; siguió siéndolo durante tres décadas de miseria y delirio, bajo una abrumadora esquizofrenia paranoica, y lo fue al emerger gradualmente de una enfermedad psíquica considerada incurable. La biografía de Nash y la película basada en ella hablan de una mente beautiful, hermosa. La traducción española, que opta por el adjetivo "maravillosa" (A beautiful mind, Una mente maravillosa), se ajusta algo más a la realidad. El cerebro de Nash produjo ideas geniales y causó daños profundos. Se trata de una historia fascinante.



Nació el 13 de junio de 1928 en una zona remota de Virginia occidental, hijo de un ingeniero electrónico y una maestra, y tuvo la infancia de un superdotado intelectual: aprendió a leer muy pronto, fue incapaz de prestar atención en darse, obtuvo siempre malas notas y demostró una aversíón congénita a la disciplina. El mayor problema, sin embargo, fue su falta de amigos. Nunca logró establecer relaciones personales. Sólo dos chicos de su edad se aproximaron a él en la adolescencia, cuando instaló en su sótano un laboratorio para fabricar explosivos. Uno de ellos, Herman Kirschner, se mató manipulando un artefacto, y el otro, Donald Reynolds, fue enviado por sus padres a una academia militar para que no volviera a tratarse con alguien tan raro como el joven Nash. El talento científico de Nash era evidente, pese a su torpeza social. En 1945 ingresó en el Instituto Carnegie de Tecnología de Pittsburgh y, tras probar sin éxito la ingeniería y la química, empezó a interesarse seriamente en las matemáticas. A esas alturas resultaba obvia la disparidad entre su madurez intelectual y su retraso emocional. Una pansexualidad infantil, que le impedía -entonces y siempre- decidir si le gustaban los hombres o las mujeres, reforzó el aislamiento en torno a él. Todos sus compañeros le llamaban Homo. Por esa época asistió a un breve curso de comercio internacional, su única relación conocida con la economía. Con la II Guerra Mundial recién concluida y el prestigio de los científicos por las nubes (el prodigio nuclear había vencido a Japón y ofrecía, según se pensaba entonces, un futuro de recursos energéticos ilimitados), las mejores universidades se disputaron al joven Nash. Él optó, en 1948, por Princeton, la meca de las matemáticas, el selecto club rural donde trabajaban Albert Einstein, Robert Oppenheimmer (creador de la bomba atómica) y John von Neumann (pionero en la teoría de los juegos, un asunto que había de marcar a Nash). El chico de la mente prodigiosa se había convertido en un hombre alto y atractivo, encerrado en sí mismo salvo por algún arranque de pasión homoerótica, obsesionado en problemas de geometría y lógica, enemigo de los. libros (quería aprenderlo todo por sí solo) y marginado por excéntrico en un lugar donde todo el mundo, desde Einstein hasta el último estudiante, tendía a la rareza.




La tesis doctoral de Nash, 27 páginas escritas a los 21 años, contenía los elementos de una revolución en la teoría económica. Aplicó la teoría de los juegos de Von Neumann a situaciones que implicaran -conflicto y ganancias, y concluyó que la "partida" concluía cuando cada jugador, de forma independiente, elegía su mejor respuesta a la estrategia de sus adversarios. Esa idea simple, "el equilibrio de Nash", permitía reemplazar con razonamientos científicos la vieja magia de Adam Smith, la "mano invisible" que movía los mercados.



John Nash encontró un puesto como profesor en un centro entonces menos célebre que hoy, el MlT de Massachusetts, donde, tras intentar relacionarse con al menos tres hombres, inició un romance con una mujer no universitaria llamada Eleanor Stier. En 1953 tuvieron un hijo, John David Stier, del que Nash se desentendió. El panorama profesional del matemático, reverenciado por sus fogonazos de intuición y su lógica, pero rechazado por su carácter, se complicó al cerrársele una de las instituciones más deseables para un científico, la Corporación RAND: fue despedido como investigador tras ser detenido por "escándalo público" en unos lavabos. Era la época del senador McCarthy y de la caza de brujas contra comunistas y homosexuales. Nash siguió en el MlT y conoció a Alicia Larde, una joven salvadoreña que asistía a sus clases. En 1957 se casaron. Justo antes de la boda, los padres de Nash supieron de la existencia del pequeño John David y rompieron relaciones con su hijo. El viejo Nash murió del disgusto, según la versión familiar, y al poco tiempo, Alicia quedó embarazada. Tal vez todas esas presiones familiares y sociales provocaron el desastre. Tal vez fue la homosexualidad latente, como diagnosticaron los psiquiatras: también lsaac Newton sufrió una crisis psicótica a los 51años, tras relacionarse con otro hombre. Nash, que siempre ha negado ser homosexual, atribuyó su mal a la disciplina que le imponía la docencia. En cualquier caso, algo parecía funcionar mal cuando pasó una fiesta de fin de año, el 31de diciembre de 1958, vestido con un pañal y acurrucado junto a Alicia. Luego, en las primeras semanas de 1959, los síntomas se precipitaron. Le perseguían hombres con corbata roja, miembros de una conspiración criptocomunista. Se le había destinado a ser emperador de la Antártida. Los extraterrestres se comunicaban con él a través del diario The New York Times. Los 50 días de encierro en un centro psiquiátrico, en el que se le diagnosticó esquizofrenia paranoica, fueron sólo el principio de tres décadas de destierro mental. ¿Cómo podía un hombre tan inteligente y lógico creer que los extraterrestres le enviaban mensajes?. Eso le preguntó, durante una visita al psiquiátrico uno de los profesores del MlT. La respuesta fue simple y espeluznante: "Porque las ideas sobre seres sobrenaturales vinieron a mí de la misma forma que las ideas matemáticas. Por eso las tomé en serio".



En 1962, Alicia pidió el divorcio. En 1968, Nash fue recogido por su madre. En 1970, Alicia le readmitió "como inquilino" en su casa de Princeton. El matemático se convirtió en un fantasma que deambulaba por las aulas de Princeton, mendigando monedas o cigarrillos o formulando cuestiones enigmáticas. Un ejemplo: "¿Qué hacer con un húngaro obeso?". Se le permitía la presencia por respeto a sus pasados méritos. Quienes leían y utilizaban sus antiguos trabajos le tenían por muerto, y en las enciclopedias se omitían sus circunstancias biográficas. De vez en cuando escapaba a Europa e insistía en renunciar a la ciudadanía estadounidense. Otras veces se limitaba a quedarse en un rincón, dándose cabezazos contra la pared. Lo imposible ocurrió hacia finales de los ochenta. Poco a poco, empezó a saludar a la gente y a decir frases coherentes. En 1990 inició un debate, a través del correo electrónico con otro científico, Enrico Bombieri. Quienes asistieron al proceso, como el propio Bombieri, hablan de "milagro". El éxito final se produjo en octubre de 1994, cuando un John Forbes Nash, de 66 años recogió en Estocolmo el Premio Nóbel de Economía, por un trabajo realizado antes de cumplir los 30. Su discurso reflejó su idiosincrasia: "Parece que pienso otra vez racionalmente, de la forma que caracteriza a los científicos. Sin embargo, eso no constituye un motivo para la alegría completa, como si pasara de la invalidez a la buena salud. La racionalidad de pensamiento impone límites en el concepto de mi relación personal con el cosmos". John Forbes Nash ha vuelto a la investigación científica. En su página de Internet explica los campos en que trabaja y ofrece su dirección electrónica: jfnj@math.princeton.edu. Ha establecido contacto con su primer hijo, John David Stier, enfermero de profesión. Sigue viviendo con Alicia y con su hijo menor, John Charles, de 43 años, matemático y enfermo de esquizofrenia.





Artículo publicado en El País, 17 de febrero de 2002